La gran atracción de Monte Nebo es una iglesia que casualmente está en obras pero nos quedamos con la panorámica espectacular del Mar Muerto, el río Jordán, Jericó… Hay que verlo.
Y por supuesto si vas hasta allí hay que bañarse en el Mar Muerto. No es que se pueda andar sobre las aguas pero sí que se nota que se flota y que es difícil sumergirse.


El segundo día fue la visita a Petra. La visita a Jordania está justificada sólo por el hecho de ver Petra. Me recuerda mucho a mi pueblo, salvando las distancias, el color de la tierra, las cuevas, la rambla… pero allí tienen el Siq, el desfiladero que acaba en el Tesoro, la insignia por excelencia de Petra. Pero ahí no se acaba la visita, hay mucho más, tumbas, un teatro, un mercado, restos de unos baños... Y si aún quedan fuerzas y te apetece subir unos 850 escalones se llega al Templo. Un poco más arriba hay unas vistas impresionantes. Me quedé sin batería a esas alturas y todavía no me han pasado fotos de ese punto.
Por la noche volvimos al tesoro, la iluminación eran miles de velas a lo largo de todo el camino, para asistir allí a un concierto de flauta y de “akibaba” o algo así.
Al día siguiente fuimos al desierto de Wadi Rum. Un paseo en 4x4 por las arenas donde se forjó la leyenda de Lawrence de Arabia. El vehículo era para verlo. Sin palabras.
De ahí pasamos a Siria, Aleppo, la basílica de San Simeón (un hombre que según cuenta la leyenda estuvo 42 años subido a una piedra predicando, ya hay que tener ganas).
Crack de los Caballeros en su época era un gran castillo capaz de albergar unos 4000 soldados, hoy necesita una restauración para parecerse a lo que fue.
Palmira hoy día no es la sombra de lo que fue, tuvo que ser magnífica hace miles de años porque hoy quedan las ruinas, no demasiado bien conservadas.
La última etapa del viaje fue Damasco. Nosotros vimos una convivencia pacífica entre musulmanes, judíos y cristianos. Aunque hay algo que nunca entenderé de la vida allí.
Pero esa es otra historia.