Rosae y Ramón
Hace dos semanas cogí mi maleta y me vine a Madrid a una entrevista de trabajo. No sé si fue un golpe de suerte o que por una vez tenía algo de suerte, la cuestión es que me cogieron.
Hace dos semanas cogí mi maleta y me vine a Madrid a una entrevista de trabajo. No sé si fue un golpe de suerte o que por una vez tenía algo de suerte, la cuestión es que me cogieron.
Resulta lógico pensar que aún no tengo piso en la ciudad, lo cual nos lleva a una solución transitoria: ser okupa. Para ello sólo hacen falta dos condiciones, tener cara y alguien que te dé cobijo.
Hace unos años conocí a Rosae en Sevilla. Es de esas personas con las que congenias a la primera, además de tener el don de ser imposible enfadarse con ella. Vivimos juntas dos años hasta que la ficharon en la capi, también llamada fuga de talentos, y nuestra vida en común pasó a ser historia.
Nos conocimos justo después de una ruptura. Siempre la he acusado, en broma por supuesto, de haberme dado mala suerte, porque a raíz de vivir juntas retomé mi vocación de soltera, o lo que es lo mismo, que tuve una época de sequía sentimental.
Una de mis normas es mantener el contacto con los amigos a pesar de la distancia. No era la primera vez, ni la última, que me pasaba algo así. Todo este tiempo he mantenido un contacto más o menos fluido con Rosae y con Ramón.
Ramón es su pareja desde sus veintipocos años. Hay personas que tienen una memoria privilegiada y una inteligencia innata, sin ninguna duda él es uno de ellos. Si tuviera que elegir equipo para una partida de Trivial, escogería a Ramón y a Extra-Antonio (ya hablaremos de él en otro momento).
¿Por qué he empezado hablando de ellos? Porque se lo merecen, sin duda alguna, lo cual no quita que otros también se lo merezcan también. Pero estos días en los que he estado de okupa me han hecho sentir como en mi propia casa. He sido testigo de cómo mantienen esa relación que yo recordaba de ellos y que es de admirar. Seguramente volveré a hablar más veces de ellos.
Chapó.